Nada me preparó para la Leica M240
Desde hace casi 20 años trabajo como fotógrafo y videógrafo profesional. Todo comenzó en 2006 con una modesta Canon 350D, lo único que podía permitirme en ese momento. Pero desde ese momento, mi pasión por la fotografía despegó. Entre 2006 y 2008 estudié fotografía en el IED (Istituto Europeo di Design) en Italia. Mi primer año estuvo completamente dedicado a la fotografía analógica: 35mm, 4x5 pulgadas, 120mm, Polaroid.
De ahí pasé al mundo digital: cámaras DSLR de fotograma completo de Canon, Fujifilm APS-C, Panasonic para video, Phase One y Fujifilm formato medio para proyectos específicos, y desde 2017 Sony para foto y video. También he trabajado con cámaras telemétricas como la Mamiya Universal 6x9 y casi todos los modelos de la serie Fujifilm X100. Prácticamente lo he probado todo.
Pero nada me preparó para lo que experimenté al usar la Leica M240 en las islas Lofoten. Durante una semana, esta orgullosa cámara de 12 años fue mi compañera. Con ella redescubrí mucho de lo que había olvidado y aprendí nuevas formas de mirar.
Una experiencia lenta y consciente
A primera vista, el sistema Leica M puede parecer limitante. Solo tiene enfoque manual. No hay funciones de autofoco que tomen decisiones por ti, ni atajos. Las lentes tienen una escala de distancia que requiere precisión. Y el visor óptico muestra la escena tal cual es, no una imagen digital de ella.
Pero precisamente estas aparentes limitaciones revelaron algo especial.
Con la Leica, cada disparo requería toda mi atención: composición, luz, enfoque, todo debía ser deliberado y planeado. Tuve que trabajar más despacio. En contraste, la mayoría de los sistemas modernos fomentan una fotografía rápida.
Sí, disparar a f/1.8 o menos es hermoso. Y utilizar ese efecto en trabajos como bodas o eventos deportivos tiene sentido. Pero seamos honestos: si pensamos en las grandes fotografías de la historia, ¿cuántas de ellas dependen de un “bokeh cremoso”?
Casi ninguna.
Las imágenes icónicas, esas que permanecen en nuestra memoria, están llenas de detalles y nacen de la paciencia y el absoluto control del fotógrafo sobre la escena. El sistema Leica M me recordó exactamente eso. Me obligó a salir de mi zona de confort, a mirar más allá de lo evidente y a redescubrir el arte de crear una fotografía, no solo capturarla rápidamente.
Más que una herramienta: Una cámara que inspira
La Leica no es solo una herramienta profesional. Es una cámara para disfrutar. En las islas Lofoten, la M240 me devolvió esa sensación que tuve cuando comencé con la fotografía: la alegría de enfocar manualmente, la conexión con la escena y la satisfacción de cuando todo encajaba perfectamente.
Lo que hace que esta cámara sea tan especial es que se siente como un puente entre la fotografía analógica y la digital. Combina lo mejor de ambos mundos: la precisión y flexibilidad de la tecnología digital con la forma de trabajar pausada y consciente de la fotografía en película. Es como si te diera el espacio para respirar fotográficamente, mientras aprovechas las ventajas de la técnica moderna.
Se sintió como si estuviera redescubriendo la fotografía por primera vez.
El sensor de 12 años
Uno de los aspectos más sorprendentes de la Leica M240 es su sensor. Este corazón tecnológico de 12 años sigue ofreciendo en 2025 una calidad de imagen impresionante. Las fotos tienen una nitidez, una profundidad y un carácter que me dejaron impresionado. Sin embargo, el sensor muestra su antigüedad en ciertas situaciones:
• En exposiciones largas: La velocidad máxima de obturación es de “solo” 60 segundos (en modo Bulb). Esto es suficiente para muchas escenas, pero en tomas específicas, como las que hago con tiempos de 20-30 minutos, se queda corto.
• En ISO altos: El sensor es utilizable hasta ISO 2000. Para la mayoría de mis trabajos es más que suficiente, ya que rara vez supero ISO 3200. Sin embargo, durante mi tiempo en las Lofoten, especialmente con las auroras boreales, me habría encantado disponer de ISO 6400.
A pesar de estas “limitaciones”, solo afectan alrededor del 5% de mi espectro fotográfico. Para mis casos normales, e incluso trabajos comerciales, este sensor sigue siendo extremadamente capaz. Y cuando se combina con lentes Leica, ocurre algo especial.
He probado lentes Leica en mis cámaras Sony, pero de alguna manera las imágenes se ven diferentes. No soy científico ni obsesivo de los píxeles, así que puede que sea solo mi percepción subjetiva. Pero parece que las lentes Leica, en combinación con un sensor Leica, crean un “trazo” único que no se puede reproducir en otros sistemas.
Es fascinante cómo un sistema tecnológico tan “antiguo” aún puede producir imágenes que se sienten atemporales, imágenes que cuentan historias y devuelven la fotografía a lo que debería ser: consciente, pausada y llena de expresión.
¿Por qué esta cámara me cambió?
Tal vez sea por el punto en el que me encuentro en mi carrera. Después de años en la fotografía profesional, me había acostumbrado al ritmo rápido y a la comodidad de las herramientas modernas. Pero esta experiencia fue diferente. La Leica M240 me desafió, me obligó a reducir la velocidad y, en última instancia, me devolvió la alegría de la fotografía.
Y eso plantea preguntas:
En un mundo obsesionado con la velocidad y la tecnología, ¿estamos perdiendo el arte de mirar conscientemente?
¿Alguna vez has usado una cámara o herramienta que cambió por completo tu perspectiva? ¿Algo que te recordó el “por qué” de lo que haces?
¡hasta la próxima!
Muchas gracias a Foto Goerlitz, que amablemente me cedió la cámara para este viaje.
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